martes, 22 de enero de 2008

La Misa cara a Dios por Jean Fournée

CAPÍTULO 1

EL SIMBOLISMO DE LA ORIENTACIÓN

En una obra enciclopédica reciente, de la pluma de un conocido liturgista puede leerse esta sorprendente afirmación: "La Iglesia romana no aceptó mucho y ni siquiera comprendió la orientación". Y daba como prueba cierto sermón del Papa San León.

Tal afirmación, muy evidentemente, quiere justificar la pasión actual por la misa cara al pueblo. Lamentablemente, lo que se afirma es contrario a la verdad histórica. Tan bien "aceptó y comprendió la orientación" la Iglesia romana que hizo de ella rápidamente una regla general. En cuanto a San León, no sólo no la condenó, sino que es de aquellos que la purificaron de todo equívoco pagano.

En este estudio quisiéramos hacer presente a quienes la hayan olvidado o la desconozcan esta hermosa tradición de la Iglesia universal: la oración versus ad Orientem.

Quisiéramos recordar sus consecuencias sobre los ritos del altar, los gestos de la asamblea, la elección de los textos sagrados, finalmente, sobre el arreglo y la decoración de los lugares de culto.

Desconcertados por la tendencia moderna a poner en duda sus pruebas, sin embargo incuestionables, o por lo menos a considerarla permitida, quisiéramos mostrar cómo entró esta tradición y se mantuvo en el cristianismo más ortodoxo. Finalmente, a aquellos para quienes el encuentro del hombre con Dios es asunto de pura interioridad y debe prescindir de toda referencia exterior, les quisiéramos decir que la Escritura y la enseñanza de los Padres, los textos y los ritos litúrgicos están llenas de alusiones cósmicas. Tratando de desacralizar al universo, el humanismo moderno desconoce el alma humana, pues la priva del recurso a los símbolos, es decir de un paso esencial en su búsqueda de lo divino y para su acceso a él.

Comencemos por algunas consideraciones históricas y litúrgicas.



SOL INVICTOS

¿Hubo al comienzo contaminación por el culto solar? ¿Se apolonizó el Dios de los cristianos? La cuestión merece ser planteada, a causa de la importancia considerable de ese culto en el imperio romano y de su revitalización bajo la forma del Mitracismo importado de Oriente en el memento del nacimiento de Cristo. Es sabido que persistió paralelamente al Cristianismo; que Constantino mismo, muy adicto a sus "ascendencias" de Apolo, se había hecho representar como dios sol sobre el foro de Constantinopla; y que Juliano el Apóstata puso de nuevo en vigor a Mitra a mediadas del siglo IV. Esto quizás explica, en el siglo siguiente, las reticencias de San LEÓN MAGNO, inquieto al ver que algunos cristianos rendían homenaje al sol naciente (converso corpore ad nascentem salem se reflectant et, curvatis cervicibus, in honorem splendidi orbis,se inclinant). Temía que semejante actitud fuese de índole capaz de sembrar el desconcierto entre los nuevos convertidos, que veían que ciertos cristianos se entregaban a una práctica cara al paganismo. San LEÓN tiene a bien admitir que, si el gesto es el mismo, su espíritu es diferente, y que tal homenaje no se dirige a la luz, sino al Creador de la luz. ¡Qué importa! Hay equívoco. Es menester saberlo (Sermo XXVII, In Nativ. Domini, P.L. 54, col. 218 ).

Para comprender esta advertencia, hay que recordar que un gran número de basílicas romanas, especialmente San Pedro (como el edificio actual), estaban orientadas al revés. Tenían su ábside al oeste, y su fachada y entrada al este. Los fieles, al mirar el altar, daban la espalda al astro naciente, lo que compensaban, antes de ocupar su lugar en la nave, con un saludo ad nascentem solem al subir las gradas incluso del atrio (superatis gradibus quibus ad suggestum areae superioris ascenditur). Esta costumbre se mantuvo durante varios siglos.

En suma, la monición de San León prueba que existía entre los cristianos de su tiempo una tradición muy antigua, la que por otra parte durante ese mismo siglo iba a imponer a Occidente lo que ya desde mucho tiempo se hacía en Oriente: la orientación verdadera de las iglesias con ábside al este.

Pero el texto que acabamos de citar permite también pensar que su autor tenía sus razones para insertarlo en un sermón de Navidad. Esas razones se encuentran expuestas en otro sermón de Navidad (Sereno XXII, P.L. 54, 198), en el cual San León pone en guardia a los fieles contra la tentación de escuchar a quienes quisieran hacerles creer que esta fiesta de Navidad no es tanto la de la Natividad de Cristo como la del nacimiento del nuevo sol.

Insensibles a la verdadera Luz, aquellos son lo suficientemente obtusos como para rodear de honores divinos a un simple "pabilo" puesto por Dios al servicio de los hombres.

Así pues, el jefe de la Iglesia se alza contra el culto solar, lo que prueba que, a pesar de la sustitución, entonces bastante reciente, de la fiesta pagana del Natalis solis invicti por la fiesta cristiana de la Navidad, estaba siempre presente el peligro de un retorno del pueblo a los ritos paganos que señalaban el solsticio de invierno.

Sin embargo, esta sustitución, esta cristianización de la fiesta pagana, debían hacer particularmente sensible a los fieles el homenaje que la Iglesia rinde a Aquél en quien ve el verdadero Sol invictus. De hecho, la liturgia de Navidad se halla impregnada de esta mística de la luz. La alegría humana de la renovación, del retroceso de la noche y del retorno victorioso del astro del día, cuyo comienzo indica el solsticio, esta alegría humana la Iglesia la canaliza hacia el misterio de Cristo. El acontecimiento cósmico se torna para ella en una figura, un signo. Esta luz "que las tinieblas no han podido apagar", ¿cómo no reconocer en ella a la única "luz verdadera", la que "ilumina a todo hombre"? Liturgia de triunfo, liturgia de esplendor y de iluminación, tal es el oficio de Navidad en todos los retos cristianos. Los Padres no son menos entusiastas en sus comentarios y en el homenaje vibrante, que rinden al único Sol invicto "descendido de las sublimes alturas de le claridades eternas".

Entre los diferentes comentarios sobre la Adoración de los Magos, hoy uno que merece ser recordado aquí. Es sabido que los Magos han sido considerados como sacerdotes de Mitra, esa personificación del Sol invictus. En los documentos iconográficos más antiguos, llevan su vestimenta y tocado. Viniendo del Oriente, esos sacerdotes del Sol parecían delegados por el astro que adoraban para restituir al Creador el homenaje rendido abusivamente a su creatura. La idea viene de SAN EFRÉN. Se halla expresada en la himnología siria.

AD SOLIS ORTUM

La liturgia de la Epifanía prolonga a la de Navidad en una misma exaltación de la luz: Surge, illuminare, Jerusalem: quia venit lumen tuum et gloria Damini super te orta est ( Epístola del 6 de enero, tomada de Isaías 60, 1). Pero esta victoria anual de la luz, este renacimiento que ritmo los años, esta renovación que todas las religiones han obrado, cada día los trae de vuelta. Cada aurora los recapitula. A la hora en que se borran las tinieblas de la noche, el oficio de Laudes canta el retorno de la luz. Es lo que le da su alegría. Es lo que explica la elección de sus salmos y de sus cánticos, y de los admirables himnos de San Ambrosio y de Prudencio.

¿Cómo entonces, en esté espacio sagrado que es el edificio cristiano, en este microcosmo cuya estructura y ordenación se ordenan, o deberían ordenarse, a la vez como un testimonio y como una referencia, cómo no desear que lo visible busque lo invisible, que lo llame, que sea percibido y recibido como un signo, y que ese signo no tenga solamente valor de guía, sino que se apodere del alma para transportarla hacia la contemplación del misterio y que la ponga en presencia de la realidad sobrenatural de la que no es sino la figura? Bien sinceramente, ¿cómo no experimentar un malestar casi físico, mientras se cantan los versículos de los himnos Splendor paternae gloriae o Lux ecce surgit carea, al dar la espalda a esta claridad matinal que filtra del ábside y llena poco a poco la nave sagrada? ¿Nos hemos vuelto pues insensibles a los símbolos? ¿Para nosotros, creyentes, la creación ha dejado de ser el espejo del Creador? ¿Y en la luz creada, porque hastiados o demasiado sabios, nos hemos vuelto incapaces de contemplar la luz de Dios, la luz de Aquél que dijo: Ego sum lux mundi (Juan 9, 12), ésa luz "suave y delectable" (Eclesiastés 11, 7), que "se alza en las tinieblas" (Isaías 58, 10) "para iluminar a las naciones" (Lucas 2, 29) y "al pueblo de los Justos" (Salmo 112, 4)? Cada semana, en Laudes, podemos hacer nuestro este versículo del Salmo 35: et in lamine tuo viciebimus lumen, y cantar, como el oficio a ello nos convida cualquiera sea el día de la semana, los magníficos versículos del Cántico de Zacarías en los que se compara al Mesías a un sol naciente suscitado por el Padre para iluminar a todos aquellos que están sentados en las tinieblas y envueltos por la sombra de la muerte (Lucas 1, 78/79).

Se estimará quizás que somos exageradamente sensibles al símbolo solar, que también las piedras estaban dadas vuelta hacia el levante en la época de los megalitos, que todas las religiones paganas, desde las más primitivas hasta las más evolucionadas, glorificaron los mitos naturistas y que, incluso si hubiesen cesado de deificarlos, los guardaban como símbolos. Virgilio (Eneida, VII) y Ovidio (Fastos, IV) recomendaban la oración hacia el Oriente con las abluciones rituales de la mañana. Los augures miraban hacia el este. En Roma, como en Atenas, como en el antiguo Egipto, los templos estaban orientados de tal manera y según un eje de una precisión tal que el sol naciente iluminase el rostro del dios o de la diosa el día en que se festejaba a esa divinidad.

De hecho, el cristianismo no abolió la sacralidad antigua. La desmitificó. La liberó. La transfiguró. Invitó al hombre religioso, atento a los símbolos, no a renegar de esos símbolos, sino a darles un nuevo sentido, un sentido acorde con la Revelación. El Sol invictus se convirtió en el Sol Salutis. El Sol-rey se tornó en el Rey del Sol, porque, escribe SAN AGUSTÍN, por Él fue creado el sol (non est Dominus Sol factus, sed per quem Sol factus est. In Ioanem P. L. 35, 1652). Y el Oriente cósmico se iluminó con las promesas radiosas de la Salvación.

El Sol Salutis es también el Sol Iustitiae, del que habla MALAQUIAS (3, 20), signo de poder y de victoria (cfr. Isaías, 41, 2), al que los Padres griegos y latinos identifican con Cristo.

SIGNUM CRUCIS

Pero he aquí que el Oriente se ilumina con un astro más ardiente que el sol. "Señor, habéis formado en el cielo un signo glorioso entre todos, centelleante con una claridad infinita": así se expresa un tropero bizantino en los Maitines del 14 de septiembre, mientras el Occidente latino exclama: O Crux, splendidior cunctis asitris!

Hacia ese signo que del Oriente los llamaba a las beatitudes eternas debía dirigirse la última mirada de los mártires. Esa Cruz que exaltaron Justino, Ireneo, Efrén, Paulino de Nola y Juan Crisóstomo, no era el madero ignominioso del Gólgota, sino el testimonio deslumbrante de la gloria de Cristo con la que se iluminará la última aurora cósmica. Esta Cruz salvífica aparecerá en el cielo, nos dice SAN EFRÉN, "como el cetro de Cristo gran Rey... superando el brillo del sol y precediendo la venida del dueño de todas las cosas". "¡Sígno triunfal! exclama San JUAN CRISÓSTOMO, más resplandeciente que el astro de los días"!

En los orígenes del cristianismo se asocia la oración hacia el Oriente con el culto de la Cruz. Y el culto de la Cruz es ante todo un homenaje rendido a la gloria divina.

Pero es también la afirmación de una esperanza. Si el Oriente evoca el Paraíso perdido, es más aun el lugar del Paraíso reencontrado. Allí está la morada del Señor, marcada por la Cruz, signo de reprobación para los malditos, pero signo de reunión para los justos. Cuando, en el interior de su casa, los primeros cristianos trazaban una Cruz sobre el muro oriental y oraban ante ella, expresaban su fe en la permanencia del Señor en los cielos, pero dados vuelta hacia la Cruz, conversi ad Dominum, se enfrentaban al Soberano juez en la espera mística del gran Retorno, esperanza suprema.

Este doble aspecto se une al simbolismo de las Cruces absidales. En la arquitectura bizantina, el ábside representa el espacio celeste al que la Cruz da su significación presente y futura. Él actualiza para los fieles la obra de salvación operada por Cristo y les anuncia su venida gloriosa al fin de los tiempos. La célebre aparición de la Cruz luminosa en el cielo de Jerusalén, en el año 351, que nos cuenta San Cirilo (P. G. 33, columnas 11761177), tuvo sin ninguna duda su incidencia en la decoración de los ábsides y de las bóvedas. Pero, como señala André GRABAR, tal visión "no es imaginable sino en función del culto de la Cruz y como su reflejo" (Martyríum,, t. II, p. 276). De ello tenernos pruebas bien anteriores al 351, en las que se afirma el sentido escatológico de ese culto.

Ábside en el este, decorado ya sea con la Cruz triunfal (que será la única figuración permitida en la época de la iconoclasia), ya sea con el Cristo Pantocrator, ya sea con la visión de Ezequiel (el Cristo del tetramorfo), ya sea con el Trono preparado (hetimasia), ya sea con una teofanía de premonición como en San Apolinario in Classe, en Ravena: tal será la regla desde el siglo IV entre los bizantinos, esperando que el Occidente latino la adopte unánimemente, a pesar de algunas disidencias romanas, por otra parte corregidas, como lo veremos, por un ritual de adaptación litúrgica que es un testimonio de primera importancia en favor de la oración orientada.

CONVERSI AD DOMINUM

La deplorable indiferencia de tantos liturgistas modernos ante este simbolismo ¿es un repudio o fruto de la ignorancia? La ignorancia sería muy excusable después de los medulosos estudios de Cirilo Vogel y de algunos otros.

A la pasmosa afirmación de que la Iglesia romana “no aceptó mucho y ni siquiera comprendió la orientación”, he aquí la respuesta de los hechos.

Guillaume DURAND, en su Rationale divinorum officiorum, dice que el Papa Vigilio (537-555) fue quien prescribió que el celebrante oficiara hacia el este. Pero en aquéllas de las primeras basílicas romanas cuyo ábside estaba al oeste y la entrada al este, y en donde, por consiguiente, los fieles miraban hacia el occidente, el sacerdote sí celebraba cara al oriente. Tal disposición acarreaba forzosamente la misa versus populum, pero ésta no era sino una consecuencia y no una disposición ritual querida sistemáticamente. Es pues una afirmación errónea pretender que en la Iglesia primitiva la misa se celebraba cara al pueblo. Es más exacto decir que la celebración estaba orientada, cualquiera fuese la posición de los fieles en el edificio.

Pero cuando éstos, al estar situados frente al altar se encontraban mirando hacia el oeste, les estaba prescrito en ciertos momentos de la celebración, especialmente en la oratio fidelium, volverse hacia el este, y por consiguiente, dar la espalda al celebrante y al altar. Sucedía lo mismo en el llamado del Sursum corda. Estas prescripciones son anteriores al primer Ordo Romano, es decir, a fines del siglo VII. El Ordo Romanos I prescribe la orientación durante el Gloria, la Colecta y la Oratio fidelium, y reitera la obligación para el celebrante de estar siempre mirando hacia el este durante toda la acción eucarística, desde el prefacio hasta la doxología final. Todo esto ha sido establecido de una manera definitiva por los trabajos de Cirilo Vogel.

El mismo sabio autor hace notar que 47 de los sermones de SAN AGUSTÍN terminan con esta exhortación: ¡conversi ad Dominum oremos! Ahora bien, la semántica del verbo convertere implica indiscutiblemente el sentido de: moverse hacia el este.

HIC DOMUS DEI

Había antiguamente en París una iglesia que se llamaba San Benito el "Bétourné". El origen de este insólito epíteto es el siguiente. El edificio medieval que había precedido a la construcción del siglo XVI estaba occidentado. Esta anomalía había chocado tanto al pueblo que éste había bautizado a la iglesia: Saint-Benoit le Mal Tourné (mate versus) o "Mautourné". Pero al ser reconstruida y su altar mayor restablecido en el oriente, pasó a ser Saint-Benoit-le-Bétourné (bene versus).

La tradición, sólidamente establecida en toda la cristiandad al menos desde el siglo V, se transmitió, salvo algunas excepciones, de maestro de obra en maestro de obra. En la época en que se pintaban las iglesias, esa tradición ordenaba el programa ornamental y figurativo del coro y de la nave. Dirigía la disposición del altar. Inspiraba hasta el simbolismo de dos llenos y de dos vacíos, en función de los puntos cardinales. El norte se oponía al sur, el este al oeste. Mientras que con el poniente compaginaban con predilección las grandes composiciones del juicio Final, término de la historia del mundo, el levante se ofrecía a los símbolos escatológicos que anuncian el advenimiento de la Jerusalén celeste, de los "nuevos cielos" y de la nueva tierra. El clero y los fieles, dirigidos al mismo tiempo hacia el Oriente, proyectaban su oración hacia la luminosa promesa del Reino eterno.

En la revista "Una Voce" (nº 60, pp. 3/6) denunciamos el error de quienes tienden a reducir la iglesia a un edificio puramente, o ante todo, funcional. Subrayamos muy particularmente el simbolismo del presbiterio. Recordamos los textos litúrgicos dé la fiesta de la Dedicación. estos establecen el carácter sagrado del edificio que sigue siendo ante todo, no imparta lo que se diga actualmente, la Domus Dei, la Casa de Dios en medio de su pueblo. No insistiremos más sobre estas verdades desconocidas o escarnecidas. Su desprecio se encuentra en la raíz de la táctica de desacralización a la que debemos oponernos vigorosamente. Felizmente tenemos de nuestro lado toda la tradición de la Iglesia.

CAPÍTULO II

ORAR HACIA EL ORIENTE

A LA LUZ DE LA ESCRITURA

Al citar al Papa San LEÓN MAGNO, dijimos que no se podría sacar de sus escritos nada más que la condenación de algunos cristianos que, por su actitud equívoca, parecían rendir al sol naciente (ad nascentem solem) un culto que no pertenece sino a Dios.

El texto de San LEÓN[1] parece ser eco de una visión del profeta Ezequiel.: "Y he aquí que en la entrada del templo del Eterno... había unos veinticinco hombres que daban la espalda al templo... Se prosternaban hacia el Oriente ante el sol". (Ezequiel, 8, 16).

Pero cuando el mismo profeta, en otra visión, fue conducido por la mano de Dios a la puerta oriental del templo, ¿qué vio? "La gloria del Dios de Israel avanzaba desde oriente....La gloria del Eterno entró en la casa por la puerta que daba hacia el oriente... Él me dijo: es aquí el lugar de mi trono". (Ezequiel 43-2,4,7).

Un poco más lejos, es la célebre visión de la puerta oriental cerrada: "Y el Eterno me dijo: esta puerta será cerrada... y nadie pasará por ella; pues el Eterno, el Dios de Israel entró por allí. Permanecerá cerrada".(Ezequiel 44, 2).

Al leer el relato profético referente a la nueva Jerusalén se nota que Ezequiel reserva sólo al Templo la colina oriental de la ciudad. Así pues, purificado de cualquier comprometimiento solar idolátrico, el oriente no deja de seguir siendo el lugar privilegiado de la manifestación del Señor.

Del oriente saldrá el Salvador, nos dice el profeta ISAÍAS: "¿Quién ha suscitado del oriente a Éste a quien la salvación llama tras de sí?" (41, 2).

Y JOEL: Cuando el sol "se habrá cambiado en tinieblas", la salvación "estará sobre la montaña de Sión" (3, 4-5) .

El GÉNESIS nos dice que en el oriente se hallaba el Paraíso terrenal: "Luego Dios plantó un jardín en Edén, del lado del oriente, un jardín delicioso, en que colocó al hombre que había formado" (Génesis 2, 8).Y cuando, después de la caída, Adán y Eva fueron expulsados del Edén, Dios "colocó en el oriente del jardín a los querubines con espadas flameantes para guardar el camino del árbol de la vida" (Génesis 3, 24).

LA SEUDOORIENTACIÓN DE LA ORACIÓN JUDÍA

Pero en la época del exilio babilónico, el judaísmo captó en cierta manera el oriente geográfico y lo fijó de una vez por todas en Jerusalén, más precisamente en la colina del templo, hacia donde convergían las esperanzas de los exilados. La oración judía se polarizó hacia Jerusalén, cualquiera fuese el lugar geográfico donde se encontraban los hijos de Israel. En el libro de DANIEL se lee: "...se retiró en su casa. Las ventanas de su cámara alta estaban abiertas en la dirección de Jerusalén, y tres veces por día se ponía de rodillas, orando y confesando a Dios, como siempre lo había hecho" (Daniel 6, 11).

Esta seudoorientación de la oración judía hacia Jerusalén se afirma en el primer libro de los REYES. He aquí algunos extractos de la oración de SALOMÓN: "Si cada uno... tiende las manos hacia este templo, Tú, escucha en los cielos, lugar de tu morada, perdona y obra" (I Reyes 8, 38).

"Si los hijos de tu pueblo parten en guerra contra sus enemigos por el camino donde los habrás enviado, y si rezan a Yahvé, dados vuelta hacia la ciudad que has escogido y hacia la casa que he construido para tu Nombre, escucha en los cielos su oración y su súplica, y hazles justicia" (I Reyes 8, 44-45).

"Si hicieren oración a ti, dados vuelta hacia el país que diste a sus padres, hacia la ciudad que escogiste y hacia la Casa que he edificado para tu Nombre, escucha en los cielos donde resides su oración... perdona a :los hijos de tu pueblo los pecados que han cometido contra Ti" (I Reyes 8, 48-50).

Por otra parte, éstos son, según los exegetas, pasajes agregados después del Exilio. Pero no por eso el Templo dejaba de ser desde siempre el polo que atraía las oraciones de los judíos.

Así en el versículo 8 del SALMO: "Hacia tu Templo santo me prosterno".

En el versículo 2 del SALMO 28: "Escucha la voz de mi oración... cuando alzó las manos hacia tu Santo de los Santos".

En el versículo 2 del SALMO 134: "Alzad vuestras manos hacia el lugar santo".

En el versículo 2 del SALMO 138: "Me prosternaré hacia tu Templo santo".

Por supuesto, este uso, adoptado por los judíos de la diáspora, no hizo sino reforzarse a consecuencia de la caída definitiva de Jerusalén. San IRENEO hace alusión a él a fines del siglo I (cfr. Adv. haer. I ,26, 2). San EPIFANIO (315-403) precisa bien que para los judíos no se trata de rezar hacia el oriente. Esto es para ellos una práctica condenable. Lo que les conviene es mirar hacia Jerusalén, desde donde se encuentren (sed Hierosolyman versus undequaque prospicere). Así nos dice, quienes residen al este de la ciudad se dan vuelta hacia el oeste, quienes están en el norte miran al sur y los que están en el sur miran hacia el norte, de tal manera que todas las frentes converjan hacia Jerusalén: quod undique Hierosolymitanam in. urbem universorum ora coniecta sint (Ad. h.aer., P.G. 41, 263).

Esta práctica, verdaderamente específica del judaísmo, puede compararse con la del Islam, con La Meca como palo de la oración. Es fundamentalmente diferente de la orientación cósmica de los cristianos, y antes de éstos, de los paganos. En Jerusalén la orientación cósmica no era efectiva sino en el interior del Templo: el Santo de los Santos estaba en el este.

NACIMIENTO DE UNA OPOSICIÓN

Pero, ya antes de Cristo, todos los judíos no se conformaban a este uso. Al lado del judaísmo judaizante, y con frecuencia en conflicto con él, había un judaísmo helenizante, que englobaba más o menos la secta de Qumran y cuyas relaciones con los esenios aparecen como muy verosímiles. Estos helenizantes se opusieron a los otros judíos en un punto esencial: el culto del Templo. Para ellos la oración hacia el Oriente cósmico conservaba su primacía. A ella se acomodaban. El Padre Daniélou ha dejado en claro esta cuestión[2]. Contra el uso de la oración versus ad templum hicieron campaña, en los tiempos apostólicos, los helenistas judíos pasados al cristianismo, y especialmente el protomártir San ESTEBAN. Reléanse sobre este punto los textos de los Hechos de los Apóstoles, especialmente 6, 14 y 7, 48/50. Como ya lo hemos destacado, el mayor reproche contra él, el que le valió más odios, fue por cierto su discurso contra el Templo. Por otra parte, nos dicen los Hechos, que después de su rebelión contra lo que debía importar, en modo especial a sus adversarios, tuvo un gesto y unas palabras inspiradas que revisten todo su sentido en relación con su discurso precedente: a saber, su mirada hacia los cielos y su visión del "Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios". Con seguridad, no miraba hacia el occidente, sino por cierto al oriente. Ese “Hijo del hombre” que llega "sobre las nubes del cielo", como lo vio el profeta Daniel (7, 13), y que es invitado por Dios a sentarse a su diestra (SALMO 110, 1), es Aquél que aparecerá en el oriente, anunciando él mismo su venida después de la caída de Jerusalén y la ruina de su Templo. Releamos el discurso escatológico de Cristo, en el capítulo 24 de San Mateo.

Es cierto que la oración hacia el templo de Jerusalén perdió su sentido entre los judíos convertidos; al cristianismo, incluso si no eran de origen esenio, e incluso si no eran, como San Esteban, del grupo de los helenistas. El Padre Danielou se pegunta si los esenios no conferían ya un sentido mesiánico a la oración hacia el oriente. Según, él, daban gran importancia al oráculo de Balaam (Números, capítulo 24), y especialmente a su contemplación del "astro que nace de Jacob" (orietur stella ex Jacob. Números, 24, 17), que interpretaban en forma diferente a dos demás judíos, viendo en ella el anuncio del Mesías. Para ellos, como para dos judeocristianos, orar versus ad orientem era manifestar su fe en el advenimiento de Aquél que vendría a realizar la promesa de la Jerusalén celeste.

EN LA ESPERA DEL GRAN RETORNO

Así se operaba, en ese punto, la separación entre un judaísmo que había permanecido judaizante, que no iba a tardar en concentrar sus esperanzas en la restauración de la Jerusalén terrestre, inmovilizándose en la tradición de la oración hacia el lugar geográfico de esa restauración, y un judeo-cristianísmo que, por un camino diferente, iba a reunirse con el pagano-cristianismo, adoptando como éste la oración hacia el oriente cósmico. Por un lado era en virtud, al menos parcialmente, de una reacción antimilenarista, y por el otro, por la cristianización de un uso pagano. Pero en ambos casos no se trataba sino de .una disposición previa, una especie de paralelo inicial. Perspectivas más altas, más ricas, .más constructivas se ofrecían a esta Lex orandi. Le hacía falta superarse. Para unos, debía haber en ella mucho más que una reacción anti. Para otros, el mito solar estaba ya totalmente abandonado por el símbolo platónico de da luz, al que se trataba de dar un contenido cristológico. tal símbolo iba a insertarse en la historia misma de la Salvación. El oriente evocaba la Ascensión de Jesús, Los ojos fijos en el cielo, allí donde Cristo los había abandonado, los Apóstoles habían oído de dos mensajeros celestes que Él volvería "de la misma manera" (Hechos 1, 9-11). Esta relación entre la partida de Cristo y su retorno la expresaron los escultores de la fachada de Chantres, en la cual la Ascensión y el Cristo de la visión de Ezequiel forman dos temas complementarios, uno al norte y otro en el centro, mientras que en el sur se relata la historia de la primera venida de Jesús, de una manera mucho más teológica que anecdótica.

En suma, lo qué dos nuevos cristianos esperaban ante todo del oriente era el retorno en gloria y majestad de Cristo vencedor y soberano juez. Ha­bían sido preparados para ello por la interpretación de algunos textos del Antiguo Testamento, y sobre todo por la enseñanza de Jesús mismo. El capí­tulo 24 de San Mateo justificaba su vigilante es­pera. Especialmente en el versículo 27 se encuen­tra la comparación con el relámpago que sale del oriente[3]. Agreguemos que este texto viene a acla­rar el de Isaías ( 41, 2 ) citado anteriormente.

UNA TRADICIÓN DE FUENTE INCONTAMINADA

En conclusión, puede admitirse y es por cierto la opinión del Padre Daniélou que fue en el ambiente judeocristiano donde nació la tradición cristiana de la oración hacia el oriente verdadero. Esta tradición se establece pues a la vez por reacción contra la oración judía hacia Jerusalén, por adopción de un uso probablemente de origen esenio y por conveniencia específicamente cristiana. Señalemos todavía que él tema, tan decisivo, de la estrella de los Números tiene su equivalente en d relato de San Mateo relativo a los magos, guiados hacia Cristo por la estrella que divisaron en el oriente (Mt 2, 2). Esta estrella oriental, para los primeros cristianos, va a fijarse en el cielo y a convertirse en la Cruz luminosa, signo de gloria y de salvación.

Se comprende por qué los mártires dirigían sus ojos hacia el oriente. En la Pasión de las santas Perpetua y Felicitas se lee: coepimus ferri a quattuor angelis in orientem. (Passio... XI, 2-3)[4]. Así estaba dirigida la mirada de San Esteban mientras lo lapidaban.

El uso de la oración hacia el oriente en los medios palestinos no está pues ligado, en cuanto a sus orígenes, a la cristianización del mito solar pagano. Esto probablemente explica que fuera permitido más precozmente que en los medios romanos, y que fuera de entrada más puro porque fundado de entrada sobre la Escritura. No tendrá que ser liberado de algunas contaminaciones paganas o maniqueas del tipo como las que tendrán que eliminar San León Magno o San Agustín. Se difundirá rápidamente en las Iglesias de Oriente, más precoces que dos ambientes romanos en adoptarlo en su liturgia como en la arquitectura de sus santuarios. Habiendo sido disipado todo equívoco lo que fue la tarea del magisterio y de los teólogos ­no podía, sin dejar de justificarse, sino enriquecerse y ,magnificarse abriéndose al simbolismo de la Luz divina, tras las huellas de San Juan.






· [2] Théologie du ]udéo-Christianisme, París, Desclée, 1957, p. 96.

· [3] El Padre DANIELOU hace notar que esta comparación se relaciona "con un contexto judío que nos vuelve a llevar a los esenios" (op. cit., p. 96).

[4] El vidimus lucem immensam de la misma Passio evoca el lux perpetua luceat eis de la misa de difuntos (atestiguado en el siglo IX en una antífona del común de los Mártires del oficio romano). Esta luz inmensa y eterna, en la que descansan las almas bienaventuradas en la contemplación de Dios, toma toda su significación en el contexto cultural de la Antigüedad, en la época en que el universo era concebido según el sistema de Ptolomeo. Lo que para nosotros no es más que una imagen, un símbolo, correspondía entonces a una profunda creencia. Se representaba a las almas atravesando "las esferas planetarias para llegar a esa luz superior a todos los mundos, en la que encontraban la perfecta beatitud" (CUMONT, Lux perpetua, p. 188 ). ¿Acaso no era una de las misiones del arcángel San Miguel escoltarlas en ese viaje a través de los espacios celestes e introducirlas en la luz santa (sed signifer sanctus Michael repraesentet eas in lucem sanctam)? .Esta lux sancta, que SAN BASILIO denomina luz supercósmica (Hexaem. II, 5; P.C. 29, 41), no debe nada, escribe SAN AMBROSIO, ni al sol, ni a la luna, ni a las estrellas: es la de la única claridad divina: ...sed sola Dei futgebit claritas (De bono mortis 12, 53

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